Por
Miguel Castillo Didier
Con mucho agrado participo en esta presentación del tercer poemario de Claudio Guerrero. Hace ya varios años que conocí a Claudio, cuando era estudiante en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. Siguió dos cursos optativos que estuvieron a mi cargo: uno dedicado a la Odisea de Kazantzakis y otro cuyo objetivo era examinar algunos aspectos de la poesía de Kavafis. En ambos cursos hubo alumnos cuyos trabajos se distinguieron especialmente. Uno de los resultados de esos cursos fue la publicación por el Centro de Estudios Griegos de la Facultad de los trabajos de los alumnos Claudio Guerrero, Jorge Márquez y David Solís, en un tomito titulado Tres estudiantes descubren la Odisea de Kazantzakis y exploran la poesía de Kavafis.
El
libro fue presentado en la Sala del Consejo de la Facultad, con asistencia de
la Decana, el Vicedecano, diversos
profesores y muchos alumnos. Creemos que era la primera vez que la Facultad
publicaba trabajos de estudiantes de pregrado. Los títulos de Claudio eran “La
figura de Caronte de la Odisea de Kazantzakis”
y “Constantino Kavafis: Enteramente solo en esta casa”. Naturalmente, no se
trataba de estudios eruditos. Eran lo que podíamos llamar “estudios poéticos” o
“ensayos poéticos”. Mostraban en Claudio una fina sensibilidad y una madura
capacidad crítica.
A
pesar de que algunos proclamen la muerte
de la poesía con el siglo XX y los comienzos del tercer milenio, marcados por
un ritmo destructor de la naturaleza y aniquilador a la larga de la persona
humana; caracterizados por un mercantilismo desenfrenado, abolidor de
espiritualidades, generosidades y heroísmos; a pesar de que hay quienes quieren
confundir la poesía con el humor, con la ingeniosidad, con la banalidad y a
veces hasta con la grosería, a pesar de todo eso, la poesía existe y todavía el
misterio inexplicable, extraño y efímero que es la vida humana, puede ser
expresado y elevado por aquel misterio igualmente inefable y extraño que es la
poesía. Y una prueba de esto es la voz poética de Claudio Guerrero.
Los caminos
de Claudio han seguido por las sendas de la poesía y de la docencia. El año
2000 publicó su primer poemario, El
silencio de esta casa. El poema que da título al libro nos da la tónica de
una poesía de recuerdos melancólicos de un ausente:
En medio de esto
está tu mirada turbia por el recuerdo
tu sonrisa apagada
el gesto agobiado y
silencioso.
En otro
poema, Los días de silencios inútiles,
hallamos la misma forma de expresión tranquila:
Las tardes de
verano se pasan
interrogando a las
cosas por su silencio
esperando respuestas
que nunca serán esclarecidas.
En
Los cristales de la bruma encontramos
en dos versos magníficos una mención que recuerda la Fuente del olvido de la
poesía popular griega de la muerte:
Se siente en
el rostro los cristales de la bruma
deshaciéndose en la
fuente del olvido
Y en el poema Veneno, aparece la figura de
enumeración de tres, propia también de la poesía popular griega, bellamente
lograda, en este caso, con sus tres momentos, pensados como las tres edades del
ser humano:
El final de la tarde
lleva consigo un muerto
bebió tres vasos de
veneno.
Consigo lleva tres
recuerdos,
los tres vasos que
bebió:
el primero, cuando
niño
el segundo, cuando
joven
y el tercero, el más
amargo,
cuando era nada más
que arrugas y huesos.
En el segundo
poemario de Claudio, El libro de las
cosas que se ignoran, publicado el año 2002, encontramos entre otros
motivos el de la memoria, que tan importante es en el poemario que hoy se
presenta.
Debo cruzar la
muralla enterrada
el duro camino de la
memoria.
Y en el poema
Caro Diario II, leemos
Los recuerdos
transparentan la distancia.
En el poema El desconocido se despide y desaparece en la niebla, la memoria
vuelve a aparecer como un deber:
Toma este pañuelo de
hojas secas
y ve a depositarlo a
la montaña.
Ve y acuna en la
cima
el sueño de la
memoria.
El recuerdo
lo asociamos en estos tiempos al terrible drama de los desaparecidos que ha
sacudido la memoria de nuestro pueblo y de varios pueblos latinoamericanos en
el último tercio del siglo XX y los primeros años de la actual centuria. Allí
está presente, en este segundo poemario, en el poema Canto a un joven desaparecido
Una bella mujer
vestida de negro
se acercó a los
hombres y dijo:
En esta tierra hallé
los huesos de mi amado
y el llanto de todos
los hombres.
Y estos
motivos constituyen el hilo poético de las dos primeras secciones de Pequeños migratorios: “Los
exterminadores” y “Villa de las Ánimas”. En ambas es claro el ánimo de
testimoniar, de denunciar, de hablar de tantos horrores cometidos por la
dictadura, que algunos quisieran negar, justificar, ignorar, borrar, olvidar.
El motivo de
la memoria, presente a través de todo este poemario, cobra especial dramatismo
en estas dos primeras secciones:
El jefe deja
entrever con voz firme:
Un exterminador no
debe sufrir por la memoria.
Su trabajo consiste
en matar todo recuerdo.
El orden de las
cosas
debe estar por sobre
todo.
También los
exterminadores tienen su memoria y recuerdan a sus esposas durante su brutal
trabajo, en este poema, cuyo último verso quizás haga alusión a la horrible
operación “Retiro de televisores”, ordenada por el gobierno de Pinochet, y
consistente en la exhumación de los restos de los desaparecidos para hacerlos
desaparecer en el mar o incinerándolos.
En medio del silencio
posterior al fuego
los exterminadores
más viejos
recurren a las fotos
de sus esposas
apuntan a lo ingrato
del trabajo
y se vuelven a las
ventanas de los cuarteles
a perder la mirada
en el paisaje de techos de zinc.
En un rincón alguien
se pone a ver El vengador anónimo
una vez retirados
los televisores.
Los poemas de
la segunda sección cobran el tono estremecedor del testimonio de quienes a lo
largo de Chile y a lo largo de 17 años sufrieron la terrible experiencia de la
tortura.
Estuve en Villa de
la Ánimas
un mes.
Mis hijos nada
saben.
Tampoco mi nuevo
esposo.
A veces me preguntan
por qué lloro.
Les digo
porque estoy feliz
de tenerlos a mi
lado.
En el
recuerdo de algún sobreviviente está la memoria de alguien que murió en las
torturas:
Estuve
en Villa de las Ánimas
alrededor de tres meses.
La conocí en el Patio de los
Abedules.
Aún recuerdo su bello rostro.
Tenía ojitos de almendra.
La voz muy suave.
Nos contamos nuestras historias.
Lloramos.
Estuvimos abrazados.
No la volví a ver.
La tercera
sección “Casa abandonada” recuerda los motivos y el acento poético del primer
poemario, El silencio de esta casa.
Los últimos
habitantes de la casa abandonada
buscan componer las
palabas
mirando para atrás
el sol quemado
se pasean por piezas
semivacías
con un silencio de
fantasmas que se apodera de sus miradas
En otro
poema, leemos estos versos verdaderamente notables:
El tiempo es un
árbol
que relumbra en
medio de la noche.
Los
habitantes de la casa abandonada que se pasean por una pieza semivacía, buscan
objetos que hablan de muerte:
Cuando los días son
lánguidos
como el mudo
despertar de un niño
los habitantes de la
casa abandonada
rastrean los
juguetes envueltos en mortajas
el hálito de las
sombras…
La última
sección del libro, “El hilo de las horas”, nos parece un estudio poético del
fluir del tiempo, ese misterio que acompaña a la característica esencial de la
vida humana, que es su finitud. En el primer poema, aquel motivo está enlazado
con el recuerdo de los padres muertos y su tiempo terminado:
Un largo tránsito de
gotas
que caen
y caen
sobre el techo de
zinc
rebotan y caen
sobre la tierra
caen
donde alguna vez
escondiste tesoros
preciados
caen
en el entierro de la
carta
que nunca entregaste
a tus padres
[…] Un largo
silencio de las paredes
y esa luz que se
enciende
para anunciar la
visita
de los padres
muertos.
El segundo
poema, tan conmovedor como el primero, nos lleva a otro motivo, el de la
soledad, compañera, al fin de cuentas de toda vida humana:
Solo
con esa
soledad que espanta
aquel
silencio de salones vacíos
de flechas
venenosas.
Solo
como un árbol
talado
hueco
donde se
esconden los niños
actores
atolondrados de infinitas máscaras.
Sólo
mudo
en el más
absoluto de los horizontes
como bestia
herida
en un paisaje
incierto.
El hilo de
las horas, el transcurrir fatal del tiempo que todo lo corroe y lo deja atrás,
aparece expresado en este poema, que vale la pena leer entero:
Alguna
vez íbamos a estar así
tan cercanas las manos.
Alguna vez nos dijimos que podría
ser así.
La noche sería un dulce recorrido de
escaleras
los pies descalzos
el cielo tibio.
Alguna vez quisimos que fuera así
tendríamos toda una vida por delante
nos dijimos que seríamos felices
éramos jóvenes
tendríamos toda una vida por
delante.
Las estaciones nos esperan con
ardor.
Eso dijimos.
Éramos tan jóvenes.
Uno de los
últimos poemas alude a aquel momento en que se llega a conocer la esencia de la vida humana, el esencial
desamparo del ser humano en este mundo, en que es arrojado para vivir una
insegura y efímera existencia:
Una
tarde de sombras en la casa
la mesa servida y las cortinas
cerradas
los padres dijeron: “Es cierto que
la gente se muere”.
Entonces supe
aún sin cumplir la edad del ya no
volverás
de la falsa máscara del cielo.
Este libro nos muestra una palabra poética
que va desde el lirismo intimista hasta el acento testimonial que protesta.
Claudio se revela en sus textos como un testigo perseverante del mundo que le
ha tocado vivir a él y a sus
inmediatamente mayores. Sus experiencias, sensaciones, recuerdos y
sentimientos, propios de una rica vida interior, son finamente elevados a categoría
poética. Podemos decir que en estos Pequeños
migratorios, belleza y melancolía se amalgaman de manera muy armónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario