miércoles, 3 de junio de 2015

Pequeños Migratorios


Por Miguel Castillo Didier

Con mucho agrado participo en esta presentación del tercer poemario de Claudio Guerrero. Hace ya varios años que conocí a Claudio, cuando era estudiante en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. Siguió dos cursos optativos que estuvieron a mi cargo: uno dedicado a la Odisea de Kazantzakis y otro cuyo objetivo era examinar  algunos aspectos de la poesía de Kavafis. En ambos cursos hubo alumnos cuyos trabajos se distinguieron especialmente. Uno de los resultados de esos cursos fue la publicación por el Centro de Estudios Griegos de la Facultad de los trabajos de los alumnos Claudio Guerrero, Jorge Márquez y David Solís, en un tomito titulado Tres estudiantes descubren la Odisea de Kazantzakis y exploran la poesía de Kavafis.  
El libro fue presentado en la Sala del Consejo de la Facultad, con asistencia de la Decana, el Vicedecano,  diversos profesores y muchos alumnos. Creemos que era la primera vez que la Facultad publicaba trabajos de estudiantes de pregrado. Los títulos de Claudio eran “La figura de Caronte de la Odisea de Kazantzakis” y “Constantino Kavafis: Enteramente solo en esta casa”. Naturalmente, no se trataba de estudios eruditos. Eran lo que podíamos llamar “estudios poéticos” o “ensayos poéticos”. Mostraban en Claudio una fina sensibilidad y una madura capacidad crítica.
A pesar  de que algunos proclamen la muerte de la poesía con el siglo XX y los comienzos del tercer milenio, marcados por un ritmo destructor de la naturaleza y aniquilador a la larga de la persona humana; caracterizados por un mercantilismo desenfrenado, abolidor de espiritualidades, generosidades y heroísmos; a pesar de que hay quienes quieren confundir la poesía con el humor, con la ingeniosidad, con la banalidad y a veces hasta con la grosería, a pesar de todo eso, la poesía existe y todavía el misterio inexplicable, extraño y efímero que es la vida humana, puede ser expresado y elevado por aquel misterio igualmente inefable y extraño que es la poesía. Y una prueba de esto es la voz poética de Claudio Guerrero.
Los caminos de Claudio han seguido por las sendas de la poesía y de la docencia. El año 2000 publicó su primer poemario, El silencio de esta casa. El poema que da título al libro nos da la tónica de una poesía de recuerdos melancólicos de un ausente:

En medio de esto está tu mirada turbia por el recuerdo
tu sonrisa apagada
el gesto agobiado y silencioso.

En otro poema, Los días de silencios inútiles, hallamos la misma forma de expresión tranquila:

Las tardes de verano se pasan
interrogando a las cosas por su silencio
esperando respuestas que nunca serán esclarecidas.

En Los cristales de la bruma encontramos en dos versos magníficos una mención que recuerda la Fuente del olvido de la poesía popular griega de la muerte:

Se siente en el rostro los cristales de la bruma
deshaciéndose en la fuente del olvido

Y en el poema Veneno, aparece la figura de enumeración de tres, propia también de la poesía popular griega, bellamente lograda, en este caso, con sus tres momentos, pensados como las tres edades del ser humano:

El final de la tarde lleva consigo un muerto
bebió tres vasos de veneno.
Consigo lleva tres recuerdos,
los tres vasos que bebió:
el primero, cuando niño
el segundo, cuando joven
y el tercero, el más amargo,
cuando era nada más que arrugas y huesos.

En el segundo poemario de Claudio, El libro de las cosas que se ignoran, publicado el año 2002, encontramos entre otros motivos el de la memoria, que tan importante es en el poemario que hoy se presenta.

Debo cruzar la muralla enterrada
el duro camino de la memoria.

Y en el poema Caro Diario II, leemos

Los recuerdos transparentan la distancia.

En el poema El desconocido se despide y desaparece en la niebla, la memoria vuelve a aparecer como un deber:

Toma este pañuelo de hojas secas
y ve a depositarlo a la montaña.
Ve y acuna en la cima
el sueño de la memoria.

El recuerdo lo asociamos en estos tiempos al terrible drama de los desaparecidos que ha sacudido la memoria de nuestro pueblo y de varios pueblos latinoamericanos en el último tercio del siglo XX y los primeros años de la actual centuria. Allí está presente, en este segundo poemario, en el poema Canto a un  joven desaparecido

Una bella mujer vestida de negro
se acercó a los hombres y dijo:
En esta tierra hallé los huesos de mi amado
y el llanto de todos los hombres.

Y estos motivos constituyen el hilo poético de las dos primeras secciones de Pequeños migratorios: “Los exterminadores” y “Villa de las Ánimas”. En ambas es claro el ánimo de testimoniar, de denunciar, de hablar de tantos horrores cometidos por la dictadura, que algunos quisieran negar, justificar, ignorar, borrar, olvidar.
El motivo de la memoria, presente a través de todo este poemario, cobra especial dramatismo en estas dos primeras secciones:

El jefe deja entrever con voz firme:
Un exterminador no debe sufrir por la memoria.
Su trabajo consiste en matar todo recuerdo.
El orden de las cosas
debe estar por sobre todo.

También los exterminadores tienen su memoria y recuerdan a sus esposas durante su brutal trabajo, en este poema, cuyo último verso quizás haga alusión a la horrible operación “Retiro de televisores”, ordenada por el gobierno de Pinochet, y consistente en la exhumación de los restos de los desaparecidos para hacerlos desaparecer en el mar o incinerándolos. 

En medio del silencio posterior al fuego
los exterminadores más viejos
recurren a las fotos de sus esposas
apuntan a lo ingrato del trabajo
y se vuelven a las ventanas de los cuarteles
a perder la mirada en el paisaje de techos de zinc.
En un rincón alguien se pone a ver El vengador anónimo
una vez retirados los televisores.

Los poemas de la segunda sección cobran el tono estremecedor del testimonio de quienes a lo largo de Chile y a lo largo de 17 años sufrieron la terrible experiencia de la tortura.  

Estuve en Villa de la Ánimas
un mes.
Mis hijos nada saben.
Tampoco mi nuevo esposo.
A veces me preguntan por qué lloro.
Les digo
porque estoy feliz
de tenerlos a mi lado.

En el recuerdo de algún sobreviviente está la memoria de alguien que murió en las torturas:

            Estuve en Villa de las Ánimas
            alrededor de tres meses.
            La conocí en el Patio de los Abedules.
            Aún recuerdo su bello rostro.
            Tenía ojitos de almendra.
            La voz muy suave.
            Nos contamos nuestras historias.
            Lloramos.
            Estuvimos abrazados.
No la volví a ver.

La tercera sección “Casa abandonada” recuerda los motivos y el acento poético del primer poemario, El silencio de esta casa.

Los últimos habitantes de la casa abandonada
buscan componer las palabas
mirando para atrás el sol quemado
se pasean por piezas semivacías
con un silencio de fantasmas que se apodera de sus miradas

En otro poema, leemos estos versos verdaderamente notables:

El tiempo es un árbol
que relumbra en medio de la noche.

Los habitantes de la casa abandonada que se pasean por una pieza semivacía, buscan objetos que hablan de muerte:

Cuando los días son lánguidos
como el mudo despertar de un niño
los habitantes de la casa abandonada
rastrean los juguetes envueltos en mortajas
el hálito de las sombras…

La última sección del libro, “El hilo de las horas”, nos parece un estudio poético del fluir del tiempo, ese misterio que acompaña a la característica esencial de la vida humana, que es su finitud. En el primer poema, aquel motivo está enlazado con el recuerdo de los padres muertos y su tiempo terminado:

Un largo tránsito de gotas
que caen
y caen
sobre el techo de zinc
rebotan y caen
sobre la tierra
caen
donde alguna vez
escondiste tesoros preciados
caen
en el entierro de la carta
que nunca entregaste a tus padres
[…] Un largo silencio de las paredes
y esa luz que se enciende
para anunciar la visita 
de los padres muertos.

El segundo poema, tan conmovedor como el primero, nos lleva a otro motivo, el de la soledad, compañera, al fin de cuentas de toda vida humana:

Solo
con esa soledad que espanta
aquel silencio de salones vacíos
de flechas venenosas.
Solo
como un árbol talado
hueco
donde se esconden los niños
actores atolondrados de infinitas máscaras.
Sólo
mudo
en el más absoluto de los horizontes
como bestia herida
en un paisaje incierto. 

El hilo de las horas, el transcurrir fatal del tiempo que todo lo corroe y lo deja atrás, aparece expresado en este poema, que vale la pena leer entero:

            Alguna vez íbamos a estar así
            tan cercanas las manos.
            Alguna vez nos dijimos que podría ser así.
            La noche sería un dulce recorrido de escaleras
            los pies descalzos
el cielo tibio.      
            Alguna vez quisimos que fuera así
            tendríamos toda una vida por delante
            nos dijimos que seríamos felices
            éramos jóvenes
            tendríamos toda una vida por delante.
            Las estaciones nos esperan con ardor.
            Eso dijimos.
Éramos tan jóvenes.

Uno de los últimos poemas alude a aquel momento en que se llega a conocer  la esencia de la vida humana, el esencial desamparo del ser humano en este mundo, en que es arrojado para vivir una insegura y efímera existencia:

            Una tarde de sombras en la casa
            la mesa servida y las cortinas cerradas
            los padres dijeron: “Es cierto que la gente se muere”.
            Entonces supe   
            aún sin cumplir la edad del ya no volverás
            de la falsa máscara del cielo.


   Este libro nos muestra una palabra poética que va desde el lirismo intimista hasta el acento testimonial que protesta. Claudio se revela en sus textos como un testigo perseverante del mundo que le ha tocado vivir a  él y a sus inmediatamente mayores. Sus experiencias, sensaciones, recuerdos y sentimientos, propios de una rica vida interior, son finamente elevados a categoría poética. Podemos decir que en estos Pequeños migratorios, belleza y melancolía se amalgaman de manera muy armónica.

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