Por Raúl Hernández
Cada
poema es una lucha, un lugar en donde nos jugamos la vida, en donde las
preguntas se pierden en la noche y se escapan con las estrellas que caen como
este libro y su velocidad. Con el vértigo, con la altura de nuestras miradas. Y
quedan llagas, quedan grietas visibles ante cada lectura, cada instante en el
que nos situamos en esta caída. Una caída que sucede en un hogar que prevalece
en los momentos idos y venideros. Un hogar que sirve como escenario de
amplitud, como sitio del suceso.
La
soledad y el despliegue de los íntimos alaridos van dando forma a un escenario
oscuro que palpita en cada esquina de esta casa, en donde todo lo que se
escribe mira hacia adentro. Hacia dentro de una voz que habita un espacio
visible como una habitación que se describe con los pasos de quien no busca una
salida, sino que encuentra la verdad en el simple hábito de describirse, de
anotarse, de mirarse al espejo.
Esta
caída habla entonces de ese tramo intenso que pareciera breve pero que se alarga
y se vuelve insostenible. Caer se hace inevitable, y en esa aventura del
derrumbe es que nace cada poema cincelado como pilares de un espacio protegido
ante tal desenlace. La caída se describe y nos involucra en este proceso
descendiente llevándonos de la mano hacia el resultado de todo este momento.
Es
así como Florencia Smiths nos muestra en “La velocidad de la caída” un trabajo
minucioso y acabado en un trance que se vuelve genuino junto al desgarro y en la
contradictoria esencia del hogar que se vuelve escenario de esta escapatoria. Y
esta búsqueda la encontramos en su constante decirse y mirarse, en las palabras
y los objetos cotidianos, todo reunido para envolver un instante que sólo puede
entregar un desenlace al describirlo, al tocarlo y hacerlo propio. Un corazón
en la mano a la cual la autora le habla.
De
este modo, al leer cada uno de los poemas de este libro, nos adentramos a esa
esquina sombría de los lugares que muchas veces intentamos evitar, pero que
están ahí, en la memoria, en las grietas y en las heridas. Sanar de todo esto
no pareciera ser una premisa posible pues en el tránsito de cada instante
descrito, se vive y se escribe, se debilita y se fortalecen los movimientos en
la obra de quien sabe e intuye que cada una de las palabras utilizadas son
parte de una verdad incuestionable, una insustituible realidad que ha querido
ser este libro brilloso en su oscuridad. Brillante en su nocturno acontecer.
“La
velocidad de la caída” de Florencia Smiths es una obra que camina por la vereda
de la fractura y sus consecuencias, del dolerse y mirarse en cada uno de los
días y que, al mismo tiempo, trasciende en una búsqueda intensa que nos acerca
a la estética de un mundo privado. Un mundo en donde el hábito de “anotarse” es
una ventana posible hacia un nuevo lugar en donde abrigarse y mirar desde lejos
los precipicios.
Junio, 2015
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