jueves, 12 de enero de 2017

LA PIEDRA METAFÍSICA DE CAYUPÁN

Por Felipe Moncada Mijic


Si se pudiera hablar de poesía metafísica, habría que aludir obviamente a formas que desarrollen entre sus contenidos, inquietudes sobre la constitución del ser y la naturaleza de la realidad. Una leyenda dice que Aristóteles organizó su biblioteca, de manera que los documentos que no tenían como propósito el mundo físico, estuvieran “más allá” (meta) de los otros, y si bien se trata de una tradición inabarcable, aparece por ejemplo, al intentar comprender espiritualidades de otras culturas, o aquellos aspectos de la naturaleza en que la razón científica no puede explorar con sus mecanismos. Mucho de lo mencionado anteriormente ocurre en la poesía de Cristian Cayupán[1] (Puerto Saavedra, 1985), a lo cual debiéramos agregar una preocupación vital por el lenguaje, que decanta dentro de su producción en su libro Tratado de piedras:
Sus abuelos han escondido las palabras / en lo más oscuro del pozo / en el fondo de sus aguas / en el vientre de la tierra / para que no salgan a flote // Solo usan su idioma cuando están borrachos / en el torneo o en algún clandestino / Allí se escucha hablar de los Alchimagnen / esa bola de fuego que cuida el rebaño (Rito esotérico).

La comunicación humana / es tan remota como el fuego mismo / que la especie se ha complacido en propagar / La palabra es la leña que tempera el hogar / el espíritu salido del fondo del hombre / Recuerdos que perduran en la hoguera de la historia // El silencio fue otra palabra para adornar el lenguaje / como el fuego apagado después de la cena (Fuego eterno).

Cayupán, no incorpora sistemáticamente elementos de esa lengua primera, y tampoco utiliza el doble registro, pues sus inquietudes apuntan decididamente a lo arquetípico, aquello que es común a los hombres de distintas culturas y lenguas, siendo el mundo mapuche, su punto de partida que le permite despegar hacia lo arcaico y reflexionar sobre la comunicación y la persistencia de aquello que la sociedad contemporánea desecha:

El cántaro que hoy está roto / siempre permaneció en el hogar / como un utensilio indispensable / Sin júbilo ni gloria yace en pedazos / Sus fragmentos son las arrugas de los ancianos / la mirada quebrada de los que ya han partido. (Cántaro roto).

La trascendencia, lo inmanente, está simbolizado en la piedra, símbolo de lo antiguo e imperecedero a la vez. La piedra, que en la cosmovisión mapuche está trabajada como símbolo cultural en el toquicura[2], piedra que llevan los toquis como símbolo de autoridad, las que pueden varían en color y tamaño según la jerarquía del portador; pero también están las piedras en estado natural, u horadadas in situ, benéficas o maléficas, de ciertos lugares ceremoniales, como la piedra Lallincura, sitio ceremonial destruido recientemente por la Forestal Arauco, en la comunidad Chilko ko[3]. Pero más allá de identificar la piedra con su cultura particular, siendo conocedor de estas tradiciones, Cayupán se inclina por la universalidad del elemento: 

Amo esa puerta de piedra/ hecha con las estaciones del año / porque es el enigma indescifrable / y deja ver el peso de la tierra / sobre el destino de los hombres (Una puerta). O bien, en su relación directa con el ser: Un tratado de piedras es el hombre / en su expresión suntuosa de estar en el mundo / Si hay testigos de su presencia en la tierra / son las piedras / Piedras silvestres, cautivas y anónimas / De principio a fin esculpieron su alma / hasta darle forma humana (Tratado de piedras).

En el libro El hombre y su piedra, Cayupán sigue profundizando esta línea de escritura: tópicos como el tiempo, el espejo, el fuego, la genealogía, lo sagrado, las ceremonias, le permiten realizar un movimiento de reflexiones hacia las profundidades de la civilización, una poética de interés antropológico, que traspasa su identidad particular, aludiendo a la antigüedad de la existencia, como una opción ante la alucinante velocidad de cambio de los referentes actuales, probablemente un efecto de la aceleración y la entropía, más que la cercanía de la meta del desarrollo material, cual piedra de Sísifo empujada por la retórica del progreso, siempre ansiosa de borrar el pasado, de allí que el verso de Octavio Paz, usado como epígrafe: “El tiempo es una máscara sin cara”, funciona perfecto como preámbulo de su exposición:

Hay una palabra que es el origen de todas las palabras / y cuando alguien la dice, recuerda a todos sus ancestros de una sola vez / porque es un concepto que convoca a los antiguos / y solo se dice con el vientre humano / aún, sin saber que es la madre del vocablo (…) Hay que pulir piedra y lenguaje en la estepa / donde reposan los misterios de la humanidad / los vestigios olvidados // hoy contemplo esta luz de antaño de otra manera / porque al final, hemos nacido para ver morir a otros. (La vasija del tiempo).

Las ceremonias, ya sean de antigua religiosidad o de un simbolismo propio, también ocupan un rol central en esta poesía, algunas de ellas colindan con ciertas tradiciones campesinas, las que a su vez pueden ser tomadas como “supersticiones” por una mentalidad racionalista o una fe dominante, pero que nos habla más bien de que el sentimiento religioso, o la apertura a lo “sobrenatural”, brotan de manera natural, allí donde se está en contacto con restos culturales invadidos por la maleza, dando cuenta de la fragilidad de la cultura humana, como cuando el poeta persa Khayyam, invita a recordar las civilizaciones muertas mientras se toma vino y se observa la Luna, a experimentar las sensaciones que produce el vestigio semiborrado, lo derruido, la ruina, lo cíclico de la ambición humana y su ego desproporcionado, que parece vivir una tecnológica edad de oro:

Cuando alguien arroja sal en forma de cruz fuera de una puerta / nadie recuerda a los moradores de aquella casa / ni siquiera quien la arrojó precisamente sabe quién es / porque esa es la sentencia humana más antigua que prevalece en el mundo // La sal vieja al caer en la tierra blanda seca todo a su paso / y se pierde en las profundidades / como se pudre el hombre cuando hace pacto con la noche / al asumir la oscuridad recién nacida tras la tarde agonizante // Los herederos de esa casa desahuciada / escarmenan la historia en los vestigios olvidados / mientras dos cielos contrapuestos se miran en un espejo de piedra // En esa misma casa donde no queda ningún miembro familiar / toda la sal caída de la mesa / se ha convertido en hierba que crece en su alrededor / colmando los muros de olvido (Epitafio de la sal).

En nuestra poesía local, es posible recordar autores como Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita, Rosamel del Valle, Enrique Gómez Correa, o más recientemente a Ximena Rivera, entre otros, donde la palabra poética es el resultado de una indagación en la percepción de lo real, en la trascendencia o la desaparición del fenómeno humano, poéticas que cuestionan la lineal percepción de los hechos, o la existencia y persistencia de un alma, siempre teniendo como punto de partida la razón dominante, los símbolos culturales occidentales, operación que Cayupán invierte y complementa, desde su origen mapuche:

Somos seres en busca de un sentido / esa fuente sagrada que nuestros antepasados enterraron / en lo más profundo del olvido (…) // En algún momento, abrimos las puertas de antaño / y atravesamos de una era a otra, retrocediendo en el tiempo / A veces, sin saber lo que queremos encontramos un propósito / como si esos nueves meses en el vientre materno / solo fueran un abrir y cerrar de ojos // (…) Hay algo que nos hace humanos / no la muerte ni los sentidos, sino el lenguaje / ese tratado que desentrañó la gente de antaño (Alguien atraviesa las puertas de antaño).

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Notas
[1] Director de la revista Comarca. Ha publicado: Poemas prohibidos (Editorial Rodarte, 2007), Katrü Rüpü Romancero mapuche (2008), Reprimida ausencia (Comarca Ediciones, Temuco, 2009), Usuarios del silencio (Comarca Ediciones, Temuco, 2012), Tratado de piedras (Editorial Conunhueno, Valparaíso, 2014), Terruño (Ediciones Mapu Ñuke, Temuco, 2015), El hombre y su piedra (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2016).

[2] Piedra considerada sagrada y que se conserva dándole sangre. Cuando los caciques se reúnen para decidir cuestiones tribales, cada uno trae su toquicura. Durante toda la deliberación, la piedra sagrada permanece en el suelo. El dueño de la toquicura debe esconderla debajo de la tierra cerca de su casa. En caso de ser atacado, la piedra le avisará. Por eso, también es llamada peutufe (piedra que avisa). Se cree que la posesión de la piedra es un don de Nguenechen. Por lo tanto, el dueño no puede desprenderse ni regalar nunca la piedra sagrada. Diccionario Mapuche mapuche-español / español-mapuche; personajes de la mitología; toponimia indígena de la Patagonia; nombre  propios del pueblo mapuche; leyendas; Editorial Guadal, 2003.


[3] “Forestal Arauco en complicidad con Serviu Bio Bio destruyeron con explosivos la roca que daba vida al salto de agua “TRAYENKO CHILKO KO”, cuyo lugar es de rogativa, celebración de wextripantu y lugar de sanación de la machi Huenumilla. Supuestamente este trabajo era para construir una toma de agua para abastecer los habitantes de Llico. Hoy abandonada por no tener resultados positivos, solo la destrucción del Trayenko.” Fragmento del comunicado de la Comunidad Chilko ko, diciembre 2014.



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