jueves, 3 de agosto de 2017

Risa y Hueveo en el Maule


Algunas breves palabras 
sobre el paso del cometa Llacson por el impoluto cielo maulino

Por Jonnathan Opazo



 “De la cintura para arriba y de la cintura para abajo”, dice Alfonso Alcalde a modo de prólogo en una edición de las aventuras del Salustio y el Trúbico, “los cuentos populares de antaño escarbaron el alma, los trabajos y la conducta de muchos de nuestros compatriotas. Iba la micro rural a bandazos y los pasajeros blasfemaban ingenio disparando con tallas, gallinas, canastos y huevos […] Nos reímos de frailes, cornudos, matasanos, fornicadores buenos para el diente y matronas de sustentado busto”. Cito al tomesino porque me parece entrever en “El regreso de Naiquel Llacson” un registro que emparenta al escritor talquino con el poeta del Panorama ante nosotros. A su manera, el negro Felipillo y el espectro de Naiquel podrían ser nuestros Salustio y Trúbico, lanzados como ellos solos en esta piducan road movie que recorre el territorio de punta a cabo y de cabo a rabo, sorteando pacos y filas de turistas, almas en pena y miradas incrédulas. Y como esos cuentos populares de antaño de los que habla Alcalde, “El regreso de Naiquel Llacson” escarba y disecciona lo humano y lo divino para poner con ingenio y ánimo socarrón de sobremesa dominguera la miseria del hombre, su avaricia y su ternura de animal falsamente soberano de sí. 
El imaginario que Luis Luchín Gutiérrez va desplegando en esta novela de ficción espectral, posee todas las dislocaciones propias del territorio que con tanto ahínco defiende Naiquel ante el tribunal constitucional del Purgatorio: ahí tenemos, por ejemplo, al flaco sanclementino que, asistido por un alma en pena, se disputa la medalla de bebedor insigne, o a los espíritus de la familia del negro viajando en el Ramal, la postal patrimonial por excelencia de esta región-añoranza. Luchín Gutiérrez hace del Maule una Comala donde los fantasmas campean a sus anchas buscando redención en las laderas del enladrillado o en las rocas jurásicas de Constitución. Territorio vivo lleno de muertos que persisten, ciudad y paisaje que es al mismo tiempo monstruo vivo y cementerio, el páramo de la independencia, el chancho muerto y el alcalde vivo.
El desplazamiento, por supuesto, no es solo físico sino también cósmico, astral, intergalático. Cito: “Vi como los famosos hoyos negros, verdaderos pulpos del universo, se engullían todo lo que se atravesara en su camino, estamos hablando de planetas, soles, estrellas, puras cositas pequeñas. Pa’ que te cuento de las explosiones, a cada instante y por todos lados, el desorden existencial y sabís qué, no producían ruido a pesar de los aparentes mansos cuetecitos”. Luchín, me parece, tenía un ojo en el barrio y otro en el eriazo oscuro e informe de la galaxia. De uno tomó la prosodia y del otro la incertidumbre, la inquietud que pone los pelos de punta ante la inmensidad del vacío cósmico. Figura doble, nuevamente: hombre de la calle y trozo de vida en medio del universo, sub specie aeternitatis; taxista de viejo barrio y flamante estrella pop venida a menos. Con esas duplicidades Luis Luchín Gutiérrez, con un ánimo digno de recibir una medalla conmemorativa de los mismísimos marcianos de Tralfamadore, construye este embutido de ángel y bestia, sin timón y en el delirio.
¿Miedo y Asco en Las Vegas?
No. Risa y Hueveo en el Maule.

Dibujo: Canchano Olibos


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