martes, 12 de septiembre de 2017

LOS RESTOS

Sobre "Escombros", cuentos de Felipe Montalva
Por Álvaro Bisama


Pienso en esto cuando leo “Escombros”.
Pienso en caminos cortados, en afectos rotos, en conversaciones interrumpidas, en caminos laterales, en un paisaje que se va quebrando.
Pienso en las parejas que confunden el afecto con la violencia, en los apuntes de un diario que van quedando sueltos a lo largo del calendario, en los tiempos muertos de las carreteras interiores de un país que solo sabe olvidar sus carreteras interiores.
Pienso en el frío como una consigna.
Pienso en porteños perdidos en el desierto de una guerra lejana y cómo la sombra de una ciudad hostil es la única postal que tienen de su casa.
Pienso en el hambre.
Pienso en las formas de escribir la soledad, en cómo el lenguaje puede ser capaz de concentrarla, de convertirla en una especie de dolor sordo, de jugar con ella al modo de una manifestación de la ausencia.
Pienso en el Chile de los narradores y personajes del libro de Felipe, ese país que existe a espaldas de todo, hecho como una colección de rutas interiores donde la intemperie de los personajes se sincroniza con la intemperie del paisaje, todos desposeídos de la Historia, como anotó alguna vez Villoro de Juan Rulfo; todos respirando en posición de espera ante el desastre, invisibles, rotos, alucinados, a la deriva en un continente hostil.
Vuelvo a pensar en el frío como un efecto de la lectura.
Pienso en el peculiar efecto de extrañamiento que provoca leer "Escombros", en la idea de vidas narradas como pedazos de piel suelta, como ropa abandonada en casas que nadie habitará porque ya nadie recuerda la dirección.
Pienso en que este libro lo escribió Felipe y se parece a Felipe y hay en él cierta desesperación engañosa que tiene harto de humor negro.
Pienso que el Comandante Oso hizo una lectura demoledora de estos cuentos cuando ilustró la portada.
Pienso en que este libro es quizás una novela: los relatos son fragmentos de algo mayor que nunca alcanzamos a ver mientras que el gesto gráfico de los paréntesis rellenos con puntos suspensivos nos permiten imaginar ese texto fantasma, esa vida de la que solo quedan estos cuentos.
Pienso en cómo la literatura es lo opuesto al periodismo.
Pienso en qué significa contar algo en este libro, cómo Felipe trabaja la síntesis, los detalles concentrados, la atomización de la experiencia.
Pienso en eso como una poética posible: "Escombros" renuncia a la épica, deja solo lo esencial de la palabra, concibe el acto de narrar como algo póstumo, tardío.
Pienso en que quizás no se trate de cuentos y sí de fotogramas, de pedazos de películas perdidas, de viejas grabaciones en video, de voces apareciendo de la nada como fantasmas sobre el territorio.
Pienso en las ideas de que esos fotogramas es lo que ha quedado después de la disolución de algún proyecto de vida: imágenes, postales, fotos que van a borrarse.
Pienso en que no hay consuelo en eso.
Pienso en que este es un libro sobre el sur de Chile pero también sobre Viña y Valparaíso y pienso que Felipe hace parecer iguales a esos lugares, los hermana en la desolación, construye sus caminos secretos en un mapa que es geográfico pero también afectivo.
Pienso en las anotaciones fechadas que se intercalan entre los relatos, al modo de aforismos pero también como una forma de unir la ficción con la experiencia, la autobiografía con la mentira que puede llegar a ser la literatura.
Pienso en cómo la escritura de Felipe parece depurada, despojada de todo accesorio, concentrada en su desconsuelo.
Pienso en la condición escombrada de la misma, en que la escritura es lo que resistió al olvido de toda biografía, en que la ficción está hecha de lo que sobrevivió a la vida; pienso en que esa concentración hace de la escritura de Felipe algo material, precario, como si fuera un objeto abandonado y la vez reencontrado.
Pienso en cómo debió haber sido armar este libro, en cómo se unieron sus partes, cómo los relatos encontraron su lugar hasta simular algo parecido a un orden.
Pienso en que ese orden es falso.
Pienso en que este libro me gusta porque sus relatos muchas veces están cortados y rotos y ahí hay una cuota importante de inquietud y extrañeza.
Pienso en algo raro: Felipe es un melómano pero en "Escombros" casi no hay música o si la hay suena bajito porque lo que importa es la voz de los personajes lanzados hacia adelante, porque son apenas capaces de escucharse a sí mismos.
Pienso en algunas escenas que me quedaron dando vueltas.
Pienso en la pareja que hace el amor a golpes.
Pienso en el cineasta argentino perdido, en ese artista que ha renunciado a todo salvo a sí mismo.
Pienso en lo que queda de él: la caricatura, el cambio de identidad, la soledad secreta.
Pienso en esos chilenos peleando una guerra ajena, sombras de sombras en un alfabeto de violencia.
Pienso en todos esos caminos interiores que aparecen en el libro, en cómo llegan al suspenso y cómo el suspenso es una puerta hacia la nada.
Pienso en que "Escombros" es un libro sobre el tiempo: un tiempo fracturado, un tiempo deshilachado en historias y frases sueltas, en un tiempo que ha sido desalojado de un tiempo mayor, un tiempo que es una especie de línea hecha de sombra, un tiempo que se devora a sí mismo, que crece hacia dentro, que descree de cualquier posibilidad narrativa.
Pienso en que quiero decir con esto en que quizás esa percepción el tiempo puede ser generacional: Felipe escribe un libro sobre personajes que quedaron suspendidos en una época que no les pudo dar nada y, por lo tanto, se lanzaron a los caminos a buscar algo que no sabían muy bien qué era.
Pienso en que no sé cómo volvieron de ahí, cómo sobrevivieron a la pena y el miedo y a la soledad y al frío y al sonido de las risas de los otros mientras trataban de habitar territorios que apenas entendían.
Pienso también que "Escombros" es un libro sobre el paisaje o, mejor dicho, sobre cómo escribir del paisaje, de la provincia, de la identidad.
Pienso en que es un libro sobre el lenguaje, sobre cómo podarlo, sobre cómo dejarlo a solas, sobre cómo el corazón de las palabras es quizás lo que queda en la orilla de una playa después de una tormenta.
Pienso en ciertos libros que me recuerda: Millán, algunos fragmentos del "Poema de Chile" de Mistral, algunas anotaciones sueltas de Emily Dickinson, González Vera, Germán Marín, algunas viejas canciones de Nick Cave, la sombra ominosa de Lord Cuchuflí.
Pienso en cómo se llega a una prosa así, una prosa que ha sido despojada de todo, menos de su propio abandono; una prosa que contiene su propio abismo porque no puede existir sin ese suspenso que la define, sin esos cortes, sin la estática que provoca tratar de entender al mundo como un signo opaco.
Pienso en el título de este libro: "Escombros" y creo que me parece perfecto, feroz y terrible.
Pienso en que me también me parece insoportable porque ahí quizás está la tesis que anima la escritura de Felipe y que le da sentido a la aspereza de estos cuentos: la idea de una literatura fabricada con los pedazos de su propio desastre, una literatura que solo puede existir en tanto poesía de la catástrofe y del abandono; y una narrativa hecha de una desesperación que apenas estalla, una literatura que piensa que de la experiencia solo se pueden narrar los restos, solo se pueden contar los escombros.


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