miércoles, 6 de septiembre de 2017

Sobre, Qué será de los niños que fuimos, de Claudio Guerrero, por Rodrigo Arroyo

Uno y tres revelados.

Lo en verdad revolucionario no es la propaganda ideológica que aquí
y allá nos incita a acciones claramente irrealizables y se deshace a la
primera reflexión, al salir del teatro. Lo en verdad revolucionario es
la señal secreta de lo venidero que se expresa en el gesto de la infancia.
Walter Benjamin

Uno
Revelar: hacer visible la imagen impresa en la placa o película fotográfica  
Tal vez, muy en el fondo, la idea de volver sobre la infancia es una estrategia para restituir la esperanza en la fuerza y radicalidad de la poesía, digamos, más allá de volver sobre experiencias de un pasado reciente que nos hermana como miembros de una comunidad o sociedad. Aunque sea nada más a partir de la representación, rescatando ideas, o imágenes de un mundo que añoramos, digamos, distinto al que habitamos. Así, a través de la pintura, en los años sesenta, y en la música, a la década siguiente, dos niños encarnaron la más aguda reflexión sobre la realidad social de este continente, esa secreta señal de lo venidero. Nos referimos a Juanito Laguna, del artista plástico argentino Antonio Berni, y a Luchín, de Víctor Jara. 
Y es que a través de estos dos niños nos fue permitido reconocer, sin mitificar, a los niños cuya imagen aún persiste en los noticieros, más allá de una pauta informativa, nos referimos a esa infancia víctima de los proyectos políticos que se han sucedido en este continente. Porque ambos niños nos enseñan un lenguaje sencillo, diríamos cotidiano, que resalta los gestos que hemos ido abandonando por acostumbrarnos a la indiferencia que adoptamos ante ellos, porque los vemos en forma cotidiana, impresos en portadas de periódicos, en películas o imágenes fotográficas.
“En ese retorno siempre hay también una opción de libertad” señala Claudio, refiriéndose al final de la película Los 400 golpes, pero más allá de la nostalgia o la esperanza, sabemos que no hay retorno o libertad más allá de la representación, resultando ella misma desesperanzadora muchas veces, como podemos apreciar en el poema Niño, de Gonzalo Millán
Encontrarán siglos después, / cuando solo queden los envases / de una sociedad / que se consumió a sí misma, / sus restos / de pequeño faraón dentro / de un refrigerador / descompuesto, / enterrado / bajo unas pirámides de basura.
O más aún con todo lo que nos ha sido revelado en este último tiempo sobre el SENAME. O con todo lo que implica la precarización y estandarización del modelo educativo, que impone la normalidad y el ingreso al mundo productivo de los niños, borrando de paso, o más bien configurando la imaginación y el libre acceso al mundo de los sueños, modelando sus deseos de acuerdo a las posibilidades que ofrece el mercado en su inagotable expansión.


Dos
Revelar: descubrir o manifestar lo ignorado o secreto
 “Toda una vida tratando de entender algo que me fue revelado recientemente” nos indica Claudio Guerrero en el prólogo del libro “Qué será de los niños que fuimos”, y en sus palabras resuena el eco de aquellas que el creador del sicoanálisis confiara a su amigo, el doctor Fliess: “Aquí, el 24 de julio de 1895 se reveló al doctor Sigmund Freud el misterio de los sueños”. Y es que, más allá de constituir una temática a desarrollar, la infancia se nos presenta  como un modelo interpretativo que por naturaleza se opone al modelo neoliberal, en ese sentido, el verso de Enrique Lihn que da título a este libro “se interroga –diría Claudio- por el futuro de los niños que han dejado de ser niños” reafirmando la desoladora observación de Ricardo Forster: al niño le ha sido expropiada su infancia. Lo que implica una doble pérdida, pues la infancia, cabría añadir, sería una experiencia muda o imposible de reconstruir, nos indica el autor en su lectura de Enrique Lihn y Giorgio Agamben. Una experiencia de muerte podríamos añadir, siguiendo a Jean-Luc Nancy, pues no hay experiencia de la muerte, no resulta posible acceder al cese de la existencia. Sugiriendo así, veladamente, la continuidad de un pasado que aflora como porvenir.
Particularmente, la conexión con el mundo de los sueños aflora en el niño mítico, en las reglas de un mundo suspendido al cual sólo él tendría acceso para darnos cuenta de semejante realidad. Como si estuviéramos en presencia de un mundo o realidad patafísica, cuyas soluciones imaginarias sólo puede conocer un niño.

Tres
Revelar: dicho de Dios: Manifestar a los hombres lo futuro u oculto.
No podemos sino, forzados por esta definición, volver sobre Benjamin: Dios al fin descansó cuando, en el hombre -dice el filósofo alemán refiriéndose al lenguaje- lo creativo, desprovisto de lo que fue su actualidad divina, se convirtió en conocimiento.  
Jonathan Crary, señala en el libro Las técnicas del observador que Marx y Engels criticaron al caleidoscopio, que tanto seducía a Baudelaire, por ser una composición de reflejos de sí mismo, trasladando al espectador mediante el engaño de simular una idea otra. Es preciso mencionar esto al hablar de este libro, puesto que su valor radica, más allá de apreciaciones personales o juicios de valor, en su transversalidad y genuina curiosidad, así, ajeno a cualquier tipo de sociabilidad, militancia, o resguardo académico, este ensayo apunta a enriquecer nuestro pensamiento crítico y sensible rescatando una serie de niños, que configuran, cada cual a su manera, un pensamiento de suma importancia presente en nuestra poesía, en nuestra literatura. En tal sentido esta investigación, más allá de ser el resultado de una rigurosa ejecución de un proyecto que no es tal, se presenta como el modo natural de una aproximación a lo poético, a la poesía, al conocimiento; actuando de forma opuesta al sistema comunicativo, que, en palabras de Carlos Ossa: “evita la memoria porque ésta implica aceptar la existencia de la catástrofe, darle espacio e identidad a lo escondido y desintegrado”. En este plano, no hay un lector supuesto para este trabajo, pues las posibilidades de lectura, tanto como de autores seleccionados, son muy amplias.
Finalmente, no nos queda sino compartir la alegría de ser parte de este proyecto, surgido espontáneamente y luego de años de trabajo silencioso que dan vida a una experiencia que realiza lo imprevisto.


Valparaíso, invierno del 2017

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